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El cementerio de Reina constituye un auténtico museo de arte funerario a cielo abierto. El 30 de enero de 1990 le fue otorgado el reconocimiento de Monumento Nacional gracias a la prodigiosa colección de esculturas atesoradas en la necrópolis (inaugurada el 21 de junio de 1839), a la extraordinaria riqueza artística, con esplendorosas obras en su mayoría de mármol de Carrara, hierro fundido y pizarra, junto a las lápidas finamente labradas en bajorrelieve como si fueran subtitulajes en una vieja película muda. Dentro de la inicial conformación de la colonia Fernandina de Jagua, fundada el 22 de abril de 1819, se contempló el primer campo en lo que se conoce hoy como Cayo Loco; posteriormente fue necesario su traslado hacia el oeste y ya en 1839, a solo veinte años de constituida la colonia, se construye el Cementerio General de Cienfuegos o Cementerio de Reina, por el barrio que se encuentra ubicado. Siguiendo la tradición del primado Cementerio Espada en La Habana el cual constituyó el modelo de campo santo fuera de los predios de las iglesias como medida higiénico sanitaria incorporada por Bonaparte, el Cementerio de Reina con sus 11,520m2 incorpora su estructura especial constructiva y funcional. La conformación planimétrica regular con gran influencia neoclásica posee simetría axial; un regio muro perimetral contenedor de tres hileras de nichos verticales, lo singulariza. El edificio administrativo que le sirve de límite por el este permite el acceso al campo santo, con su pórtico jerarquizado por un elegante frontón donde reza en latín “OSSA ARIDA AUDITE VERDUM DOMINE”, que en español significa “HUESO SECO ESCUCHA LA VOZ DEL SEÑOR”. Al fondo de la calle central y como cierre de la perspectiva desde el acceso (donde se sitúa la capilla en forma de templo griego con su portal columnal arquitrabado y un frontón en forma de remate) está enterrado el primer párroco que tuvo la villa llamado Francisco Loreto Sánchez. Desde el punto de vista estético constructivo merece especial atención las rejas de hierro que rodean las bóvedas y panteones, en ellas se evidencian el alcance del trabajo de forja y fundición de este material en el siglo XIX. También se destacan por su relevancia los exponentes en forma de lapida de nicho ejecutadas en mármol, pizarro y hierro que constituyen verdaderas obras de arte estatuario en bajo relieve. Dentro de los trabajos escultóricos del primer patio del cementerio, destaca una de belleza expresiva que ha trascendido, legendariamente, como la Bella Durmiente; se dice que está ejecutada por un escultor italiano inspirado en una similar existente en el cementerio de Staglieno en Génova, Italia. Actualmente esta obra se ha convertido en el símbolo del Cementerio de Reina. Por otra parte en este sitio se encuentran depositados los restos de ilustres revolucionarios de nuestras contiendas libertadoras de 1868 y 1895, así como la mayoría de los fundadores de la colonia y sus primeros pobladores. La notoriedad de esta construcción cementerial se alcanza por ser el único de este tipo que ha quedado en nuestro país insertado en la hechura constructiva neoclásica que caracterizó la arquitectura de Cienfuegos. Recursos históricos Luego de la fundación de la colonia Fernandina de Jagua en 1819, y con el aumento de la población del nuevo enclave, vino la lógica necesidad de un camposanto. Un año después, en 1820, se construyó un cementerio provisional ubicado(según el mapa de Esteban Famada de 1826) en la calle Santa Cruz, entre Arango y Casales, frente a Cayo Loco. La primera misa fue celebrada por el mismo padre Loreto Sánchez en una gran barraca de guano que se construyó en la parte norte de donde se halla hoy la sacristía de la actual iglesia. Tiempo después este huerto del señor comenzó a inundarse por su gran cercanía a las aguas de la bahía, determinándose construir otro hacia las afueras de la Villa. La construcción del nuevo cementerio comenzó en 1836 en el reparto La Reina, durante el mando del coronel Narciso Arascot, que asumió el cargo de teniente gobernador el 20 de febrero del propio año en sustitución del capitán Anastacio de la Cruz Gallardo. La obra se abandonó al poco tiempo por falta de recursos. Convencido de la necesidad del nuevo cementerio que se había comenzado a construir, al tomar el mando de la Villa Carlos Tolrá, el 3 de enero de 1839, continúa la obra que se concluye ese año gracias a una suscripción popular, siendo inaugurado el 21 de junio de 1839 y bendecido por el padre Antonio Loreto Sánchez. Al igual que muchas construcciones de ese tiempo se hizo por pedazos y en 1840 aún tenía cerca de madera. Ese mismo año el obispado aprueba una cuota de 25 pesos para cada nicho nuevo que se construyese, disponiéndose que el pago por los servicios de socorro fuera a las arcas del municipio. Seis años después, en 1846 se hacen mejoras en su infraestructura y el gobernador Ramón María de Labra dispone estas obras a subasta pública, pues ya otros cementerios de la Isla debían adoptar el sistema de enterramiento en nichos, similar al del habanero Espada. José María Sainz y Rueda presentó al municipio en 1847 un plano de los nichos que se debían construir, pero en los seis años posteriores (1853) las mejoras no habían sido llevadas a cabo y en 1857 se comenzó a construir la capilla por Nicolás Jacinto Acea; se concluyó totalmente en 1886 gracias a su sobrino Nicolás Salvador Acea. En el piso de su interior fue sepultado el padre Antonio Loreto Sánchez quien, según su lápida, ejerció el cargo de párroco y vicario eclesiástico durante 42 años y falleció en 1861, a los 85 años de edad. A pesar de que la Iglesia no intervino en su construcción ya para 1866 lo administraba. Comienzan así las innumerables reclamaciones del ayuntamiento al gobierno provincial. En ese año el municipio crea una comisión para aclarar el asunto, concluyendo en 1867 que debía ser administrado por el ayuntamiento pues se construyó con el aporte del vecindario. A pesar de elevarse este informe, las instancias superiores lo archivaron. Durante mucho tiempo después se hicieron otras peticiones para reabrir el caso sin resultado alguno. En 1884 el cementerio de Reina se encontraba en muy mal estado, completamente abandonado, pues ni la Iglesia ni el ayuntamiento lo atendían. El 30 de octubre de ese año el gobernador Federico Espenda redacta un documento donde le expone al alcalde municipal Juan del Campo que el ayuntamiento no puede encargarse del cementerio y que por el contrario se deberían hacer donaciones a la Iglesia para las obras de construcción y mantenimiento, además de la posibilidad de donar a estas tierras aledañas al santo lugar. Por suerte en 1886 Nicolás J. Acea sufraga el costo de reconstrucción de la Capilla, dándosele más amplitud al cementerio y mejorando su higiene. Reina alberga a personajes famosos. En los nichos encontramos fechas mortuorias remontadas a la década del 1830. Y yacen también, en fosas comunes, valiosas figuras de las gestas libertarias de 1868 y 1895. Incluso, especulan, aunque no está confirmado, el enterramiento de un ayudante de cámara de Napoleón Bonaparte. Como si no fueran bastantes sus méritos artísticos y urbanísticos, en el segundo patio del viejo camposanto, se presume descansan los restos de un joven general nacido en Brooklyn: Henry Reeve, El Inglesito. La importancia del cementerio General le viene dada por su arquitectura neoclásica y la archiconocida estatua de “La Bella Durmiente”, bautizada así vox populi. Se trata de la escultura emplazada sobre una tumba en la sección D, cuya imagen representa a una hermosa joven dormida, recostada a una cruz, con un ramo de amapolas en su mano derecha, como símbolo de la vida; mientras, con su mano izquierda aplasta con suavidad una serpiente, en alusión a la muerte. Numerosas leyendas se le atribuyen a este conjunto escultórico. Cual historia shakesperiana de amor y muerte, con trasfondo real, el fallecimiento a los ocho meses de embarazo por eclampsia urémica de María Josefa Álvarez Mijares y Miró (ocurrido el 16 de julio de 1907, a la edad de 24 años) incentivó la imaginación del pueblo. Según algunos entendidos la madre de la joven encomendó a un artesano (dicen a un escultor italiano) erigiera la figura de una doncella, no muerta sino envuelta en u eterno sueño. Por otro lado, están quienes aseguran fuera su esposo, Vicente González, encargado de mandarla hacer en Italia, sin saberse a ciencia cierta el nombre del autor. Ciertas o no, siempre encontrará entre sus manos flores, dejadas allí por algún obrero del cementerio, vecinos del barrio, personas llenas de fe, pues comentan su enorme capacidad como mediadora ante los pedidos realizados. Recursos arquitectónicos El Cementerio de Reina se inserta en la hechura constructiva neoclásica que caracterizó la arquitectura de la Ciudad y constituye por su simetría, proporcionalidad y equilibrio, un excelente exponente de ese lenguaje formal. Edificación funeraria cubana del siglo XIX que conserva como forma de enterramiento la inhumación en nichos empotrados en los muros. El recinto es rectangular y cuenta con un edificio administrativo al frente que da acceso al interior del primer patio rodeado por paredes de nichos (3 hileras). Al fondo y cerrando la perspectiva visual, está la capilla de magníficas proporciones. Los espacios funcionales están distribuidos con gran simetría a partir del arco central que enmarca la entrada principal, la cual conduce visualmente hacia el fondo dividiéndolo en dos mitades exactas. La calle central divide en dos el terreno con tumbas a cada lado, coincidiendo su centro con la capilla y una calle transversal que comunica con el segundo patio. Por la cantidad de valores que atesora, en el orden histórico, artístico y social; por el significado que posee en el estudio de nuestras más auténticas raíces históricas; representa un conjunto de nuestras más ricas tradiciones y es testimonio insoslayable de nuestro acervo cultural, por lo que fue declarado Monumento Nacional en 1986. Es llamativo el uso del hierro fundido y forjado en las diferentes estructuras de las bóvedas y monumentos. Los artesanos concibieron variados diseños, tanto sencillos como muy elaborados, que indudablemente requerían de maestría y buenos talleres. El hecho de que muchas de las cercas perimetrales sean de este material da una idea de la importancia que se le daba cuando se elaboraba un proyecto, teniendo en cuenta que Cienfuegos poseía talleres de fundición desde 1854. Las puertas son las estructuras más trabajadas, complejas y con elementos decorativos simbólicos. Los diseños más comunes representan un sauce llorón con ovejas y a una virtud alada acompañada por querubines. En su parte superior puede aparecer una corona o una cruz.

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